Desde hace dos días me veo a mí mismo en este apartamento. He asumido
la situación sin miedo, pues no me gusta amedrentarme frente a las cosas, así
sean tan poco convencionales como ésta.
En las tardes cuando llego al apartamento, estoy ahí, viendo televisión
o navegando en internet. Me saludo y continúo en el sofá o frente al computador
como si nada. Al principio me aterró que esto sucediera, pero al verme tan frío
e inocente me dije que podía soportarlo un poco, por lo que llegué al extremo de cocinar
para los dos. Como él soy yo, considero que deben gustarle las mismas cosas que
a mí, así que voy y me las dejo en la mesa mientras yo como en la
habitación.
Me preocupa que pierda tanto su tiempo, ahí sentadote todo el día, repasando
una y otra vez mis cuentas de facebook o de twitter, siendo cada vez más
inoficioso. ¿Por qué no me busca un trabajo o hace alguna cosa? ¡No puedo
mantenerlo todos los días! Pago la luz y el agua que consume sin darme las
gracias y trato de mantener las cosas en orden mientras él se da la gran vida. Digo: ya que vino, pues que haga algo y
colabore. Todo esto me ha hecho pasar del terror inicial a la total impaciencia.
La situación se ha vuelto un
poco más compleja desde hace unos días para acá; le ha dado por dejarme el
apartamento desordenado, sucio y oloroso. No se baña y me deja la comida tirada
en el suelo. Tuve que gritarle, decirle lo que pensaba, que era un gañán y un
muerto de hambre, que si no cambiaba un ápice sus comportamientos le iba a
romper mi carota. Sólo le dio risa y siguió viendo televisión. No podía creer
que ese tal, que ese yo que no era yo… ¡¡Así no era yo!!… fuera tan descarado.
Podía tener mi rostro y mi cuerpo, mis pequeñas manos y mi vocecita idiota,
pero fuera de eso no era más que un Ello, un Otro, una Nada… una Mierda…
Me fui desesperando mientras
las semanas se sucedían las unas a las otras. Su desparpajo, su ocio, sus ganas
de no hacer nada me tenían totalmente harto. En muchas ocasiones evité quedarme
en mi apartamento y optaba por dormir en la casa de algunas amigas o amigos. Cuando
regresaba, ahí estaba yo, enconchado en el sofá con una barba de meses,
con los interiores sucios y ese pútrido olor de un cuerpo sobre el que no
volvió a pasar el agua. Todo estaba tan desmoronado, todo el esfuerzo de mis
últimos años se había ido tanto al caño que no aguanté más y me lancé sobre mí
mismo, le puse mis manos alrededor de mi cuello y comencé a golpearlo en mi
cara, una y otra vez, todas las veces que pude y sin que él pudiera defenderse
o tan siquiera responder con la misma violencia.
Después de dejarle todo mi rostro lleno de sangre, empapado con todas las gotitas de cada una de mis venas me levanté y le dije que se fuera, que ya no lo soportaba más y sin que yo pudiera reaccionar lo vi lanzarse hacia mí, repitiendo del mismo modo la barata agresión que le había propinado; los mismos golpes en los mismos lugares, la misma sangre, la misma angustia. Después de unos minutos ambos estábamos en el suelo. Yo aprovechaba para pensar en medio de mi agonía cómo carajos iba a limpiar la alfombra. Tomé un pequeño impulso con las fuerzas que me quedaban y me levanté, todo el cuerpo me temblaba y sentía que la cara en cualquier momento se me iba a caer. Allí también estaba yo, en el suelo, como muerto, mirando el cielo raso con una mirada limpia, libre. Me acerqué y me tomé de la cabeza para levantarlo, no hubo más remedio que verlo morir entre mis brazos mientras goteaban chorros de sangre de mi boca. Supe en ese momento que si él moría también iba a morir yo. Nos quedamos entonces mirando juntos el cielo raso, con las miradas limpias y libres mientras se acercaba la noche que era también un día.
Después de dejarle todo mi rostro lleno de sangre, empapado con todas las gotitas de cada una de mis venas me levanté y le dije que se fuera, que ya no lo soportaba más y sin que yo pudiera reaccionar lo vi lanzarse hacia mí, repitiendo del mismo modo la barata agresión que le había propinado; los mismos golpes en los mismos lugares, la misma sangre, la misma angustia. Después de unos minutos ambos estábamos en el suelo. Yo aprovechaba para pensar en medio de mi agonía cómo carajos iba a limpiar la alfombra. Tomé un pequeño impulso con las fuerzas que me quedaban y me levanté, todo el cuerpo me temblaba y sentía que la cara en cualquier momento se me iba a caer. Allí también estaba yo, en el suelo, como muerto, mirando el cielo raso con una mirada limpia, libre. Me acerqué y me tomé de la cabeza para levantarlo, no hubo más remedio que verlo morir entre mis brazos mientras goteaban chorros de sangre de mi boca. Supe en ese momento que si él moría también iba a morir yo. Nos quedamos entonces mirando juntos el cielo raso, con las miradas limpias y libres mientras se acercaba la noche que era también un día.