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jueves, 25 de agosto de 2011

NO TE ODIO, SIMPLEMENTE ME ERES INDIFERENTE

Me había despertado aquella mañana algo sonriente a pesar de ese sabor amargo que fastidiaba mi boca y, despacio, como si todos los sueños se convirtieran en pesados recuerdos, me levanté de la cama hasta llegar a pasos lentos hacia la ventana. Desde ésta, pude observar la inmensa ciudad que se me había escondido toda la noche y que ahora se me ofrecía cargada de luces cegadoras que me recordaban que mis ojos habían estado llenos de lágrimas innecesarias, de esa tristeza líquida y salada que producen los amores desafortunados cuando cumplen su ciclo. Por ahora, tenía el deber de dejar atrás tantas memorias desagradables y para ello decidí salir a caminar entre bicicletas, piernas y patines... pero fue en ese buen instante cuando sonó el teléfono con esa voz que, pensé, tenía que yacer en el olvido.

- ¿Sólo quiero saber si me sigues odiando?- dijo, sin saludar, sin mediar otra palabra.

Aquella pregunta llena de acusaciones fue suficiente para que el mal sabor de mi boca pasara a mi memoria, a todos mis recuerdos, ahora agridulces, acibarados, llenos de esa saliva agria que es tan insoportable en las mañanas... A pesar del hastío que me significaba tener que hablarle de nuevo, sabia que debía darle una respuesta, aquella que había devanado una y mil veces en las insufribles horas perdidas de esta ciudad, en medio de heladas botellas de cerveza o en el verso enajenado con los amigos; definitivamente, era el momento de decirle: "No, no puedo odiarte, simplemente, me eres indiferente."

Con aquella expresión daba por sentado que este era un amor anacrónico que amenazaba con desaparecer en el tiempo y por ello quise desterrar todas las posibilidades de su regreso... aunque en el fondo, quería que volviera, para poder acariciar de nuevo cada centímetro de esa piel que mediamos con nuestras manos, para poder hundirme entre sus labios y desaparecer en el limbo de sus humedades, para romper su piel con la mía, como en aquellas mañanas solitarias, cuando nadie veía ni vigilaba nuestra almohada... pero era mejor este destierro, para salvar un poco mi alma.

- Si tan sólo me comprendieras un poco, nadie va comprender las razones que se sumaron a mis errores.

No es cierto, tu mayor razón fue no creerme, desconfiar totalmente de mis palabras para luego entregarte a tus miedos. ¡Es mejor que te quedes con ellos! Con cada uno de ellos, con sus caras pálidas y sus ganas de no dejarte correr hacia la verdad. Mejor quédate ahí con esos rostros pálidos, danzando sola entre sus miradas vacías, dándoles el gusto que nunca me diste a mí, el de entregarles tu existencia. Igual, yo seguiré aquí sólo, ya no me importa el amor. Sé que anda por ahí, escupiendo en las caras de los soñadores que quieren ser felices. Pero yo, yo ya no me quiero tragar sus babas.

El otro lado del teléfono se hizo ausencia, sabía que mis duras palabras eran ciertas... y que la mejor respuesta ante la verdad es el silencio y la huida. Miré de nuevo hacia los cerros, empapados del color naranja de la madrugada, esperándome para que en la tarde me tome un café cerca de sus faldas.   

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